jueves, 18 de agosto de 2011

El “rescate irónico” de un partido minoritario (y simpático y legítimo) como el troskismo, en realidad, también se deja leer como la fase performativa de una voluntad electoral ociosa, dispuesta incluso a dejarse arrastrar hacia la ejecución de su propia broma.

#unmilagroparaAltamira
Ubicada en la California hippie pero ya republicana de los años sesenta y setenta, este policial sui generis comienza por mezclar un poco del clásico policial de misterio con otro poco del clásico policial negro. El poder del clásico thriller también tiene su lugar y, hasta ahí, todo podría correr el riesgo de sonar convencional.

Pero la clave de la fórmula pynchoniana no está en la mezcla, sino en dejarla fermentar sobre gran parte del imaginario más libertario de lo que pudo ser (y representar, para varias generaciones) el hippismo.

¿El resultado final? Un texto ágil y a la vez melancólico, que con justicia podría llamarse “novela policial lisérgica”. Un género al que los lectores locales también podrán asignarle la enorme cantidad de incomprensibles galicismos que, a la par de las densas nubes de marihuana entre las que vive el protagonista de Vicio Propio, Doc Sportello, corretean de punta a punta en la traducción castellana.

Novela policial lisérgica
Jonathan Lethem, Lorrie Moore, Junot Díaz, Michael Chabon, Nicole Krauss, Jonathan Franzen. Un nuevo mapa de escritores y escritoras norteamericanos comienza de a poco a renovar el abanico de una narrativa que siempre supo medir desde perspectivas propias el calor de su época y del mundo. De esa tradición que, tan sólo durante el siglo XX, provocó novelistas como Ernest Hemingway, William Faulkner o John Steinbeck, y que también encontró en la invención de géneros tan disímiles y personales como el policial negro (Dashiell Hammet, Raymond Chandler) o el non fiction (Truman Capote, Norman Mailer, Tom Wolfe) formas para retratar las derivas más inesperadas del “sueño americano”, aún hay voces vigentes.

El veterano californiano James Ellroy –autor de L. A. Confidencial o La Dalia Negra, con sus respectivas películas– es casi el último fabricante de aquellos universos tan desolados por la corrupción institucionalizada que parecen pedir su propia demolición, mientras que voces como la de David Foster Wallace (1962-2008) llevan hacia géneros como el ensayo (Hablemos de langostas) mucho del color y la rareza que parecía patrimonio exclusivo de la escuela del “periodismo narrativo”.

¿Pero qué es hoy “lo nuevo” en una literatura tan amplia como para cubrir en un radio de apenas 60 años nombres poderosos como Thomas Pynchon, Raymond Carver, William Burroughs, Carson McCullers, J. D. Salinger o Charles Bukowski, entre tantos más?

En principio, la mejor tradición “subversiva” del arte norteamericano –si por “subversiva” entendemos aquella lectura a contrapelo del ideario de los “padres fundadores”– todavía encuentra formas de trazar contradicciones sociales y culturales lúcidas.

Un nuevo mapa de autores