martes, 25 de octubre de 2011

#Findelperiodismo y otras autopsias digitales.
Una selección de ensayos publicados en Amphibia.
Podés leerlos donde quieras y cuando quieras haciendo click acá.


A la luz de sus últimos intentos, Pigmeo parece ser la última novela en la que Chuck Palahniuk apuesta con todas sus armas a revalidar su título de “escritor de una generación” –los 90, en su versión occidental globalizada–, después del éxito fenomenal de El club de la pelea (1996), y de una recepción más que buena, entre críticos y lectores, de colecciones de relatos non-fiction como los reunidos en Error humano (2004).

Producto de una estética donde lo “excesivo” todavía funcionaba como metáfora de una época y como usina para poner en marcha a cualquier personaje, Snuff (2008) –sobre el mundo de la industria pornográfica–, Rant (2007) –sobre un criminal que deja una huella profética en un futuro demasiado teñido de J. G. Ballard– y Fantasmas (2005) –una genial serie de cuentos con una trama común– delinearon para este escritor algo que, entre sus millones de lectores, comenzó a sonar como la extraña repetición de sí mismo, pero en numerosas versiones.


Un fantasma ajeno para ver monstruos propios

viernes, 7 de octubre de 2011

Palpitante, lo que el Capitalismo ofrece a través del imaginario conmovido de sus medios no es otra cosa que una representación de la muerte de Steve Jobs en el Capitalismo, pero como parte y no como todo.

Ese es el registro trágico de la ascesis privada de su renuncia: su épica hagiográfica –incluida la unción de su discípulo más fiel, Tim Cook–; la carta imbuida en la fe de los profetas y los mártires: “los días más brillantes e innovadores de Apple están por delante”. La ilusión de que todo continuará, siempre, más allá de la muerte.


Lo que muere con Steve Jobs
Oyola no escribe como quien le propone a la metrópoli un tour sensible y sociológicamente volátil por la castigada periferia bonaerense, sino como quien retrata existencias capaces de interpelar más allá de lo anecdótico y lo superficial. Fiel a ese universo, Kryptonita propone un giro: ¿qué pasa cuando los objetos culturales de la metrópoli son “absorbidos” por esa periferia? ¿Qué nuevas voces se activan? ¿Y qué se vuelven capaces de decir?

Sería inútil (pero muy posible) pensar Kryptonita como una novela de tesis sobre la que orbitaran conceptos como los “híbridos culturales”, acerca de los que escribió el filósofo Néstor García Canclini. Inútil porque a Kryptonita no le interesa narrar abstracciones, sino las castigadas vidas terrenales de los integrantes de la banda criminal de Pinino –apodado “Nafta Súper”–, mientras le dejan entrever a un azorado médico del Hospital Paroissien, en Isidro Casanova, que no son más que una liga de superhéroes, con sus propias versiones de Superman o Batman, enfrentados a su vez con versiones autóctonas de archienemigos como el Guasón.


Kryptonita, de Leonardo Oyola.
Por el lugar que ocupa en casa, La posibilidad de una isla es el signo latente de una experiencia sensible. Llegó tras una mudanza que cambió todo, porque significó compartir, por primera vez, no sólo una biblioteca, sino una casa y una vida. Recuerdo la sonrisa de la mujer que trajo ese libro de Michel Houellebecq –para nuestra nueva biblioteca– mientras llenaba el espacio vacío, porque también dijo que llenar espacios vacíos es un trabajo inacabable.

En tal caso, ni Houellebecq ni La posibilidad de una isla habían estado en mi radar hasta un par de años previos. Esa misma mujer me propuso desarmar ese prejuicio. Hoy sé que nadie mejor que Houellebecq ha narrado las infinitas posibilidades, fantasías y trampas (culturales, económicas, técnicas) alrededor del cotidiano intento que un humano hace por establecer un contacto con otro.

Por eso, el día que alguien sistematice un análisis de Houellebecq en uno de esos seminarios que se dictan en fundaciones donde la creatividad es la mejor amiga del dinero filantrópico y de la ligereza impositiva, tal seminario deberá llamarse La experiencia sensible. Y cuando eso pase, voy a sonreír y pensar en esa mujer.


El libro recordado
En Noruega las relaciones humanas son iguales que en cualquier otro país. La felicidad no tiene que ver con el dinero. En todo caso, tampoco soy economista sino autor. Escribo sobre las relaciones humanas, la comunicación. Son cuestiones que no tienen que ver con lo económico. En todos los países existen condiciones humanas de todo tipo: la envidia, los celos y las relaciones son iguales. No se trata de la riqueza o la pobreza sino de los intereses de las personas y cómo se manifiestan entre ellos.

Kjell Askildsen, el escritor de los silencios
Europa tiende a gestionar las crisis del norte de África, como antes gestionaba las relaciones con sus dictaduras. Italia, por ejemplo, siempre estableció pactos con Khadafi para controlar la inmigración: los libios que intentaban cruzar el mar hacia Sicilia eran detenidos y ubicados en campos de concentración propios o italianos, donde se llaman “centros de identificación y expulsión”. Hoy, en Italia, un inmigrante indocumentado, aunque no haya violado ninguna ley, puede ser detenido durante 18 meses.

Andrea Cavalletti: mitologías de la inseguridad
–¿Sabía que Borges se casó con una descendiente de japoneses?
–Mucha gente talentosa y excéntrica suele tener esposas japonesas o chinas (ríe). Eso es porque a veces requieren que sus esposas se vuelvan inexistentes para poder expandir por completo su ego, y aun así llevar una vida en matrimonio (ríe). ¡Con una esposa japonesa no necesitan intercambiar nada, debe ser por eso!

Minae Mizumura: ser universal escribiendo en japonés